Wednesday, April 24, 2002

"Disertación"

Escribir es una práctica o un oficio que comporta en cierto modo una ritualidad ceremonial parecida en muchos casos a actos sagrados; escribir tiene cierto parentesco con una liturgia particular donde la facticidad real del mundo circundante o la objetividad empírica de lo dado-constituido, de alguna manera, es sometida a una catarsis permanente.

Difícilmente es posible encontrar otro oficio donde la subjetividad del individuo alcance expresiones tan extremas como en el acto de escribir. Se puede perfectamente hablar de una fenomenología de la grafía un tanto manifestada estéticamente, de un determinado sentido en la lámina inédita del ser. No es descabellado pensar en la escritura como un exorcismo de pulsiones bioenergéticas que duermen en los abismos insondables de la compleja naturaleza humana. Es inequívocamente terapéutico escribir para purificar el alma y limpiar la psique de las infecciones del espíritu. Se escribe, entre otras razones, porque no se puede hacer otra cosa distinta; se escribe para no morir de tedio y aburrimiento o sencillamente para no cometer un asesinato en plena vía pública .Se escribe para dejar constancia de nuestro paso (efímero, ciertamente) por este miserable planeta que, como todos sabemos, no es el mejor de los mundos posibles; porque, como también reza el precepto latino: "verba volant scripta manent". No siempre lo que decimos oralmente se entiende ni testifica nuestra conducta pública, en cambio, lo que escribimos puede soportar el implacable rigor del paso de los años y es en no pocas ocasiones testigo de nuestros avatares existenciales.

Puede decirse que uno escribe para no morir del todo, para hacerle una trastada a la muerte. Algunos dicen que escriben para trascender; otros sostienen que escriben porque no soportan el pesado fardo de la realidad y necesitan forjarse un mundo aparte, alterno o paralelo donde puedan coexistir mejor con sus fantasmas. Hay quienes, incluso, llegan a afirmar que escriben porque no pueden dejar de hacerlo. No obstante, en rigor, es saludable reconocer que existen temperamentos que una vez descubierto el "vicio de escribir" ya no pueden, so-pena de prescindir de su propia existencia, dejar de hacerlo.

Para algunos escritores, escribir es una especie de bendita maldición sin la cual es imposible seguir contemplando el inexorable paso de los días. También los hay quienes escriben para ser comprendidos, para ser encontrados y liberados de ésta, tan pesada presión socio-cultural; un extremo ejemplo serían los escritores "borderline", esas caracterologías narcisistas que tiemblan al no poder soportar la adorable compañía grisácea del silencio ni la silenciosa presencia de las sombras. Lo estricta y rigurosamente cierto es que escribir es una actividad que requiere una buena dosis de soledad como condición "sine qua non" para ejercitarse como el Dios de los creyentes manda.

Desde épocas remotas, pongamos por caso, desde la antigüedad griega clásica, hubo escritores (antiguamente se les llamaba logógrafos) que adoptaban el arte de escribir como máxima expresión del dominio retórico y sofístico. Recuérdese que la sofística (el arte de las palabras) siempre fue patrimonio casi exclusivo de los pensadores escépticos. De modo que el arte de decir, nombrar, designar la realidad con el mayor y mejor número de expresiones era, (y aún hoy sigue siéndolo) potestad de quienes manifestaban un espléndido dominio de la lengua y del lenguaje en general.

Históricamente, las diversas civilizaciones que se han sucedido a través de los siglos y milenios han contado con una "casta sacerdotal" de intelectuales y escritores que, por cuenta propia o por encargo, escribieron los acaeceres y las ilusiones de legiones de seres humanos en su tránsito por nuestras sociedades.

Desde el mismo momento que escribimos, tal vez sin quererlo conscientemente, reflejamos una tensión dialéctica y hasta contradictoria con la idea de la realidad que gobierna nuestros hábitos del pensamiento y nuestras formas del conocimiento, pues escribir es desentusiasmarse de lo real. Se escribe para boicotear los prestigios y la autoridad que pretende infringir la realidad objetiva a nuestra conciencia subjetiva. Dicho de otro modo: la verdadera y auténtica escritura, si es que ella existe, es inequívoca expresión de una imaginación escéptica desilusionada; pues el poder persuasivo de la sintaxis viene de un trasfondo evidentemente nihilista, irrefutablemente dudante. No hay otra forma mejor, creo, de desenajenarnos que escribiendo; pero, (eso sí) escribiendo los más obscuros dictámenes de nuestra naturaleza anímica y de nuestro temperamento emocional. Así, de este modo, la práctica escritural en ocasiones se convierte en un poderoso instrumento psicoanalítico mediante el cual contemplamos nuestro verdadero rostro humano.

Sirva entonces la escritura como praxis autodiagnóstico, actúe la escritura como cura, como terapia del lenguaje; la búsqueda de la excelencia y la perfección lexical como realización máxima de salud psíquica e intelectual del ser humano... del Universo.