Wednesday, May 12, 2004

"Del Suicida"

No acostumbro trazar medida a las cosas que hago, y eso en el fondo es una ventaja más que un problema, pues mis vías de escape siempre están transitables apenas susurre el peligro del terrible efecto "olla a presión" que tanto afecta a esa gente que se come sus problemas y los mastica, deglute y regurgita en una digestión interminable. A veces sé que soy desagradable, hiriente, afilado, lenguaraz,... pero ese ser tan agresivo y tan volcado hacia afuera (y hacia adentro) me apacigua el ánimo y me proporciona una paz que necesito como el comer.

Viene esto a que hoy me he enterado del suicidio de otro poeta, esta vez un transeúnte de la tan querida y odiada tradición de la Poesía Romántica, al que no me apetece nombrar por una especie de respeto que me está creciendo en las entrañas. Hoy creo mucho más en su poesía y menos en la tradición que lo albergaba, como creo en el Universo, o en Cesare Pavese o en la cordura de Hitler, o en Freud y más aún en Albert Einstein.

El suicidio es, al cabo, un acto de libertad individual que siempre he respetado. Aclaro primeramente que éste último poeta no es suicida en el más estricto sentido de la palabra, los otros sí. También creo que la muerte decidida y ejecutada es un acto vital que afirma la obra y que engalana y corona un buen curriculum y discuto con quien quiera que jamás el suicidio es un acto de cobardía (sin entrar, claro, en consideraciones memas de calado religioso y otras ñoñerías esperpénticas por el estilo). El suicida hace, repito y enfatizo, un acto de libertad individual que jamás le deshonra, siendo, por lo común, los más cobardes los que sobrevivimos sumando cargas y mentiras a nuestro pasar diario. El suicida define, acota, rompe, libera y se libera,... acaba. Se me vienen ahora a la cabeza suicidas tan lúcidos, revolucionarios y constructivistas como Esenin y Maiakovski, de los que no hace mucho he hablado con mi amigo Mario Lagunas. Ellos eran suicidas librepensadores y tan humanos como Tito Lucrecio Caro o Walter Benjamin e incluso Temistocles.

Pero hay otro tipo de suicidios, son los suicidios menores que nos hacemos a diario y que quizás esos sí sean suicidios llenos de cobardía y de miseria. Los suicidios menores pueden ser suicidios de palabras o de versos, suicidios de miradas, suicidios de puro derecho pero nunca de hecho,... (de sentimientos reprimidos). Y esos suicidios son una buena vía de escape a las presiones absurdas a que nos somete el mundo ridículo que nos hemos adjudicado como decorado irrenunciable.

Yo ya sólo sé que las tardes se tienden en una fuga interminable, que las noches no son tiempo perdido, que las mañanas apenas si me dejan percibir otra cosa que no sea la conciencia de un intelecto cada vez más experimentado y más lleno de carencias sentimentales, y obviamente, mentales. Sólo unos minutitos de lucidez diaria me dan la oportunidad de escribir lo que quiero decir, y eso, de momento, me basta para soportarme y para soportarlos,... eso y una cobardía enorme que se me instaló en el centro de las neuronas a fuerza de una idiotizante escolarización marista y un respeto hacia ciertos valores que sobrepasan, sin yo quererlo, el límite de mi razón.

Ante el panorama vital que me espera (que nos espera) yo sé que permanecer hasta el último minuto prestado es vivir en la derrota, pero echar la bilis en palabras me va haciendo pasar el trago con cierta tranquilidad de ánimo. Quede el optimismo para los optimistas, el equilibrio para los equilibrados, la lujuria para los insatisfechos y el rubor para los enamorados. Yo me quedo con el valor y sus poderes, con la sinrazón de hacer lo que no tengo que hacer, con la decisión como hábito, castigo y penitencia.

Antes de morir y de vivir,... y por no saber vivir ni saber morir, me quedo con la poesía del aprendiz de poeta que llevo en mi interior.